El paseo como ritual de apareamiento

En el mundo canino, aprender a pasear en lugares abiertos es un momento no sólo de conexión con el exterior y con su dueño, sino también de aprendizaje de diferentes formas de sociabilización. Es en los paseos donde realmente se evalúa qué grado de obediencia y disciplina tiene el animal, y es un tiempo en el que se puede influir para enseñar normas y habilidades, tal y como ya hemos señalado en anteriores posts.

Y si pensamos que en eso los humanos somos muy diferentes de nuestros amigos caninos, estamos muy equivocados. Porque los perros utilizan también sus salidas al exterior para evaluarse ellos mismos, y darse a conocer a los demás durante ese exhibicionismo público. Y como ellos, también se evalúa a sus dueños, que conocen muy bien la sensación de lucirse al aire libre y «marcar territorio», justo como hacen muchos machos de muchas especies animales. Los perros, en concreto, lo hacen usando sus micciones; los hombres, hacen exactamente lo mismo, aunque sea en sentido figurado.

Y es que eso de sacar el perro al parque de paseo, antes de que fuera una forma de entrenamiento y confraternización entre dueño y mascota, fue una manera bastante común de ligar. Uno siempre procuraba ir por donde hubiera más mujeres, que en general, solía ser en lugares como parques y calles con grandes zonas ajardinadas: un auténtico edén de posibles candidatas a comenzar una charla, tomar un café y aprovecharse de «lo que surja». Porque en eso se habían convertido esos paseos: en todo un ritual de apareamiento, y no sólo perruno.

En la actualidad, cualquier soltero con perro tiene la suerte de tener bastantes opciones al respecto, gracias a esa nueva actividad laboral consistente en pasear los perros ajenos. Ahora las universitarias pueden sacarse un dinero extra haciendo este trabajo a media jornada que les permite estudiar y trabajar; aunque claro, en los últimos tiempos de crisis y trabajo precario, realmente no fueron solo chicas estudiantes las que probaron esta actividad. Pero no importa, desde el punto de vista del macho humano, eso abría muchas más opciones de apareamiento: ahora multitud de jovencitas tetonas, chicas flacas, maduritas desempleadas, gordas veinteañeras y tias buenas de todos los colores se encontraban en la calle paseando perros. Las posibilidades empezaron a ser casi infinitas, y oye, eso para el macho de la especie era una bendición, por mucho que uno viera cómo al final sus esfuerzos podían caer en saco roto. Incluso, eso se puede ver ya como tema en los videos porno, en los que muchas chicas guapas acaban follando en parques con desconocidos, con los que se han encontrado mientras paseaban a su mascota tan tranquilas.

Y como los tiempos cambian, también cambian algunas normas de nuestra sociedad; en un momento, no era solamente el género masculino el que usaba estos rituales de apareamiento, pues las féminas también aprendieron a salir a la calle a lucirse, aprovechando el paseo perruno. Claro, eso del exhibicionismo femenino no es nuevo, ellas ya lo practicaban mucho antes. El paseo de perro ha venido después, pero no hay mujer que no entienda su salida a la calle como una manera de atraer las miradas de los hombres; de hecho, muchas no fueron nada sutiles, no te sorprendas si escuchas que una jovencita se pasea desnuda por todo una avenida en plena hora punta. Esto va unido al género femenino como lo de ligar al masculino, y quizá no seamos capaces de eliminarlo por muchos milenios de educación que se nos ofrezcan.

Y en fin que, cuando siempre se ha dicho que las mascotas se parecen a sus dueños, ahora habría que estar de acuerdo en que puede que sea al revés en ciertos aspectos. Al final, hemos acabado ligando como nuestros perros, con las mismas estrategias y, aunque no cueste aceptarlo, no siempre con los mismos buenos resultados.

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